Era cosa de preguntarse si no se había vuelto una costumbre en él lo de plantear los problemas que no eran [1]
1.
Literatura de deconstrucción del yo…
me pregunto qué significa realmente esto que acabo de escribir.
Y me lo pregunto a sabiendas de que sé que lo pienso, o acaso sea ésta la razón de que me lo cuestione.
No lo sé.
Es decir, ¿se trata de taras del pensamiento o de su lógica finitud?
Puede que suceda que tenemos ideas que no alcanzamos a comprender o lo contrario: ideas abstrusas a las que nuestro cerebro, en su infinita sabiduría, se niega a dar pábulo.
Es como cuando leemos de repente una novela o vemos una película o escuchamos una canción y, sin mediar razonamiento ni aviso, saltan crispados en el lodo de nuestro pensamiento nombres de otras novelas, de otras películas, de otras canciones.
Nombres, nombres, nombres.
Ideas, ideas, ideas.
Se me hace un milagro, ahora, ese repicar entusiasmado del cerebro. Repicar que, por decir algo, no tiene un mono.
Así que en algo habremos mejorado, pues. Digo yo.
Puede que nos sigamos planteando mal los problemas, pudiera ser, pero al menos nos los planteamos.
Y eso ya es algo.
Y algo es mejor que el tedio de la nada.
2.
Estoy leyendo «El atestado» de Le Clézio, ahora, y son las nueve y veintitrés minutos de la mañana del martes y aquí estoy tratando de meditar sobre todos esos nombres que me brincan en la cabeza.
Y tengo tal sueño… un sueño atroz y, sin embargo, los latigazos del pensamiento no se detienen ni por un segundo.
Así que les digo: venid, venga, va, hablemos. Y ellos vociferan, maldicen, se irritan. Así que les digo: o venís o me marcho a la cama...
Y, sí, en efecto, vienen.
Los veo acercarse por el pasillo en fila india, parcialmente resignados y algo indecisos.
Pero una conversación ha de ser civilizada, les digo.
Y no cabecean ni asienten, pero siguen caminando hacia mí, con ese deje risueño que tienen los cuerpos cuando caminan bravucones, seguros fatalmente de que saldrán victoriosos en la afrenta.
Entonces enciendo un cigarrillo y digo: veamos vuestras credenciales.
3.
el adjetivo restallante, el sarcasmo homicida, la comparación inesperada y certera, el atajo perfecto: en resumen, el sello del auténtico escritor [2]
Es lo que sucede entonces, la pelea; cuando uno escribe, es decir, cuando uno trata de escribir bien, que no hay tregua.
Y así, he estado, guerreando con mis palabras hasta bien pasadas las diez de la mañana.
Me sigue sucediendo ahora, y ya son las seis y veintidós pm del martes (y apenas he conseguido dormir hoy cinco horas, de pura excitación, pues me ventilé varias páginas del primer capítulo de una tacada, y comenzamos con el segundo).
Y es que justamente lo que me ha hecho saltar de la cama (además de la presencia de A.) ha sido una palabra: hierbabuena.
Y a esto le ha seguido un olor, el olor penetrante de la hierbabuena y la menta.
La clave justamente que abre el capítulo 2 de la novela.
El pie que da la entrada a un personaje que necesitaba, el deuteragonista. Se llama Clariana. No sé por qué, pero en la guerra de palabras ha ganado ésta sobre cualquier otra.
4.
Y aquí retomo la primera frase del post:
literatura de desconstrucción del yo.
El yo conforma una ideología. Lo contrario: que toda presencia del yo implica una forma de autoficción es también cierta.
Y ello supone que lo que se deconstruye no es el yo sino la literatura del yo.
Esto es lo que hace Le Clézio.
Y por ello resuenan los ecos de Marguerite Duras, de M. Butor y el resto de la pandilla de la nouveau roman. Pero también Max Frisch. Y también, incluso, vagas secuencias de películas de auteur que no consigo recordar.
Tarkovski, tal vez.
Puede.
5.
No sé exactamente lo que voy a decir, pero sé que debo decirlo:
se ha acabado la fiesta.
Pensaba en ello esta tarde, viendo el documental «1,2, 3… Standstill», de José Manuel Rodríguez, Clara Saiz Vicente y Juan Peralta, a concurso en el Festival In-Edit 2009.
Uno de los espectadores al que le preguntan en la cinta -refiriéndose al trabajo marcial de Standstill– dice algo así como (parafraseo): «esta guerra es también la mía, esta guerra es la de todos».
Se refiere,
como afirma al final del documental el propio bajista del grupo Ricky Falkner (que toca también con The New Raemon),
a esa situación de desavenencia continua que es la vida,
de hostil querella que son los días, así uno detrás de otro.
La derrota del refranero, por decirlo en términos de VivalaGuerra.
6.
Y es curioso como se nos revelan las cosas.
Sucede que el documental (y, por extensión, toda la obra de Standstill) trata de romper la barrera con el espectador, forzando naturalmente a que éste sea partícipe de la creación misma; lo que llamaríamos entregada participación activa y también derribo de la tercera pared.
Claro que hay mucho de performance y de collage en la obra de Standstill, pero ello no oculta con fuegos de artificio la primorosa esencia de su discurso: una suerte de panteísmo sacro. Lo cual no es un pleonasmo sino una reivindicación de que lo cotidiano es transcendente.
Y aquí la idea de que se acabó la fiesta: la fiesta es la ociosidad del arte.
Las cosas no pueden ser cosas y nada más, porque todo lo que suceden porque sí, acaba fagocitándose a sí mismo.
Los sistemas sólo permiten tales situaciones en momentos de bonanza y es lo que se ha dado en llamar entropía .
Es puro reprise. Como el de una motocicleta que, si no lo detiene, explota.
Pues así el arte, lo mismo que una motocicleta.
Lo moderno de Standstill es que rompen la polifonía gracias al silencio.
Me explico: los ecos poliédricos que se crean en los huecos de su círculo de sonido, palabra e imagen no existen.
Es en ese silencio donde se inserta la voz del público.
El grupo dispone las imágenes, los símbolos y, con la música, va creando el trote in crescendo de un ejército de caballería que avanzase hacia la infinitud. Y el público no se ve obligado a participar, sino que siente ineludible su participación.
Y lo hace con ánimo victorioso. Porque vivir es ya una victoria.
La guerra de Standstill es pues, la guerra contra el cliché, la conformidad y la apatía.
Por tanto, nuestra guerra también.
7.
Y digo que es curioso
porque muchos de los elementos de Standstill casen tan bien con las propuestas que Ángela y yo concebimos para Harold & Blúm,
tanto las ya expuestas como nuevas formas de expresión que llevamos pensando hace tiempo y que todavía no hemos conseguido concretar… confío en que se las podamos presentar en breve.
Por ello nos sentimos de puro fascinados esta tarde, viendo el precioso documental «1,2,3… Standstill»
(documental que, raramente, se aviene a la perfección con los postulados del grupo, fondo y forma trabajando huntos; quizá sea la clave que sean fans y no mercenarios quienes lo hayan rodado).
En fin, que no se demoren en apuntarse a la resistencia activa de Standstill,
y que VivalaGuerra!
****[y que ojalá le den al documental el premio de este año en el In-Edit]
Actualización (10-Octubre.2009 // 20:35 horas)
Se llevó el premio del público «Tiempo de leyenda»,
la película de José Sánchez-Montes sobre el disco decisivo del flamenco (de mismo título) grabado por Camarón hace treinta años.
Y MÁS…………….:
Jarvis Cocker se une a la cruzada standstilliana y trata de romper fronteras entre público y artista en un espectáculo en una galería de arte en Shoreditch (East London).
*la fotografía es de Felix Clay
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En el afán de este blog por acabar con el lenguaje,
estrenamos hoy una nueva serie:
«Acciones perfopoéticas contra el postmodernismo».
Y su premisa es muy sencilla: reivindicando lo analógico acabaremos con la falsa adoración de lo digital.
Y esto de un modo lingüístico, claro.
Muy brevemente: la analogía es la creación de una nueva forma lingüística en base a una pretérita o bien adaptándola a un nuevo uso.
Así haremos gramática comparada a la carrera, en la esperanza de que contraponiendo términos antitéticos (es decir, cotejaremos dos formas opuestas de entender una misma realidad lingüística) estos exploten y se aniquilen.
Primera acción (o intento de destrucción del lenguaje):
envío por correo ordinario de una postal a mis amigos adoradores del rockandroll primitivo Los Alaridos Salvajes.
[1] J. M. G. Le Clézio. El atestado. Edición & traducción de Susana Cantero. Ed. Cátedra. Madrid. 1994. [pág 114]
[2] Jorge Herralde. «Homenaje a Javier Pradera, conspirador, editor, escritor», incluído en Por orden alfabético (Escritores, editores, amigos). Ed. Anagrama. Barcelona. 2006. [pág 269]