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Escritor en Allak – Ficciones adaptativas (y adaptables)

Dice Denis Dutton

que existen tres ventajas adaptativas interconectadas que podrían explicar la preponderancia de la ficción en nuestras vidas.

A saber:

a) que las historias ofrecen un sucedáneo de experiencia barato y casi exento de riesgos,

b) su gran valor como fuentes didácticas de información fáctica,

y c) que nos inculcan capacidades interpersonales  que operan (potencialmente) como reguladores de la conducta social [1].

Lo cual es gracioso, porque si uno coge la segunda parte de la autobiografía del premio nobel J. M. Coetzee Youth, una novela disfrazada de memoir que resulta decepcionante y aburrida, con pasajes torpemente resueltos, bárbara en todos los sentidos, habiéndola acabado, siente igualmente su importancia.

Y, ello, irónicamente, porque sí, porque cumple religiosamente los tres preceptos expresados por Dutton y que dijimos arriba.

Lo cual, a fuerza de lógica, refuerza la realidad de que la ficción es fundamentalmente adaptativa. Y sería interesante en este punto que yo diga que soy un desapasionado lector de Coetzee, que tuve que abandonar mis dos encuentros con este autor en el pasado: primero con Disgrace, y más tarde con Slow man.

Así, lo repito, algo fundamental debe suceder con esta novela para que, después de haber dejado claro su fracaso como narración estéticamente atractiva y formalmente interesante, la haya leído hasta el final, la haya disfrutado y, además, considere que es una buena novela, no sólo digna de ser leída por mí sino, además, recomendable para que todos vds. la lean.

En Youth se cumple la máxima jamesiana de que “how easy is to be bad, how one has only to relax for the badness to emerge” [2].

Eso es lo que hace Joseph [el alter ego de Coetzee y narrador único] durante toda la narración:

relajarse, y andarse por el camino de la infamia, más por pereza, terquedad o desidia que por voluntad maligna, eso sí.

Una sucesión de atrocidades se nos despachan del modo más penoso posible (desfloraciones de vírgenes, abortos, experiencias homosexuales, desprecios familiares, ataques al pueblo sudafricano, etc), al tiempo que la novela nos relata la vida triste y sórdida de un inadaptado, un incompetente emocional y un completo memo (Coetzee itself).

La trama es sencilla:

un adolescente licenciado en matemáticas con ínfulas artísticas se traslada a vivir al Londres de los años cincuenta, persiguiendo el sueño artístico.

Y ello siquiera siendo su primera opción, puesto que su sueño es París y las chicas francesas, pero su incompetencia con el francés le obliga a renunciar en favor de Gran Bretaña.

Es difícil no pensar (por contraposición) en el clásico de Samuel Selvon Lonely Londoners, retrato vívido, divertido e irónico de la inmigración jamaicana en el Londres de los años cincuenta.

El retrato de la juventud coetzeeana, por el contrario, se sustenta más en el sarcasmo y la hipérbole que no en la ironía, y ello gracias sobre todo a la sabia utilización de la tercera persona para el narrador y que proporciona la necesaria distancia que el relato demanda.

El retrato es deudor (apical) de Joyce, pero, más que nada, de Samuel Beckett; claro que donde en éste hay propósito (así sea en el puro deleite estético de la retórica en la que se investiga la ausencia de propósito) en Coetzee, no hay nada más que des-propósito, des-gana y fingida (y soñada y deseada) fatalidad.

Dicho en sus propias palabras: “of course in his heart he knows destiny will not visit him unless he makes her do so. He has to sit down and write, that is the only way” [3].

La novela es una excusa de 169 páginas para no acometer con su –supuesto- deseo más anhelado: escribir.

Y, ello, justificado por la cantinela juvenil de que “he is exhausted all the time” [4].

Lección -adaptativa- pues para jóvenes aprendices de escritores:

escriban, y déjense de cháchara.

Ha de reconocerse que la novela tiene un punto divertido, sobre todo en el plano de la des-mitificación de la formación del artista (una formación muy vinculada al siglo XX, eso sí: la del artista que se busca genial, pero duda, y cuya obra habrá de fundamentarse –y hallarse- en el dolor, el sufrimiento, la privación, etc).

Y hablando de la formación del artista y de autores que se postulan en la historia para escritores geniales, me gustaría hablar de Camino Nocturno, conjunto de nueve relatos de juventud del autor suizo Ludwig Hohl.

En esta idea misma de Coetzee de ser un autor de culto (pero no sólo con la idea, sino con el valor –además-para acometerla), Hohl se encerró durante más de veinte años en un sótano en Ginebra (a partir de 1937), donde escribió su obra maestra, compuesta por máximas , pensamientos y aforismos y que es Matices y detalles (publicada en España por DVD Ediciones).

Así, este conjunto de nueve relatos que tenemos entre manos, Camino Nocturno (publicada por Minúscula), se trata de su trabajo de formación, compuesto entre los años 1931 y 1938, y así debe tomarse.

Ello significa que los relatos pecan de dos cosas, propias de escritores –jóvenes- de máximas y también de poetas: unos relatos por la excesiva síntesis y otros debido a la incontinente y suntuosa explosión retórica.

Del lado de la poesía, recuerdan estos relatos a aquellos que escribiese en su juventud Dylan Thomas, pero también a los de Rainer María Rilke.

Son relatos los de Hohl ambientados en entornos rurales y que siguen la máxima de “perder, encontrar… encontrar, perder…” [5].

Así, los personajes, la trama, se pierde, se encuentra, se encuentra y se pierde.

Los primeros relatos del libro son los más cortos y los que funcionan mejor, puesto que lo hacen de manera más simbólica y disponiendo la alegoría de manera muy clara (La hoja, El erizo). A partir de ahí, con el siguiente relato, Paisajes,  la cosa comienza a desmadrarse.

En Paisajes nos encontramos con una inhábil divagación  en forma de postal impresionista de Holanda, un lugar “donde no hay forma [y]  no hay lenguaje, y donde […] las cosas viven aquí sumidas en una turbiedad […] no transitable por el pensamiento” [6].

El mejor del conjunto (por redondo) podría ser El buscador y ello porque recuerda a la concisión no exenta de lírica poética de Knut Hansum y que es el único modo de salvar los escollos que antes ya se advirtieron en el joven escritor de máximas o joven poeta.

Se debe mencionar la excelsa tensión producida por el encuentro con un paseante nocturno y que nos es descrita por el narrador del relato que da nombre al conjunto , Camino  nocturno, y que es, además, uno de los más largos, pero que fracasa al pretender mezclar la especulación sintáctica, “a flow continually checked by doubts and scruples” [7] con la irresuelta tensión dramática.

Así, por resumir, deberíamos destacar el máximo valor de esta colección de relatos: su ambiciosa investigación; sus errores, que son los errores de aquel que está confrontado los límites de su genio.

Para que los tres preceptos propuestos por Dutton en este segundo caso se cumplan de una manera más completa, se recomienda antes de leer Camino nocturno, tener cierto conocimiento de la obra posterior del genio suizo del sórdido sótano de Ginebra.

Si con Coetzee nos encontrábamos con una obra de vejez y con Ludwig Hohl con una de la juventud primera, vayamos a buscar un caso intermedio a la mesa de novedades.

Para el propósito considero que nos servirá Los voladores, libro último de relatos del escritor Peter Stamm, y que se halla bordeando la cincuentena.

La introducción en este nuevo libro de Stamm de relatos referidos a experiencias lésbicas de jovencitas inocentes (La Ofensa, Tres hermanas), nos sirve claramente para nuestros propósitos adaptativos y es que nos alerta del peligro que tienen los escritores (y el ser humano en general), al llegar a la cincuentena, de derivar sus intereses hacia la perversión del viejo verde (piensen sino en el lamentable Philip Roth).

Cierto es que a Stamm lo que mejor se le da es el mundo femenino, en cuyo territorio es un excelso prosista, elegante y absolutamente arrebatador con el uso preciso del detalle,

y que trabaja en la línea del viejo Chéjov.

Pero, la verdad, mejor cuando investiga la vertiente heterosexual del mundo femenino. Aquí, en este su libro último, tenemos dos claros ejemplos de esto, Los voladores, en el que una profesora de kindergarten se ve obligada a quedarse con un niño que unos padres han olvidado recoger y, gracias a ello, se da cuenta de que la relación con su novio no tiene el menor sentido y La carta, en el que una mujer ya anciana, años después de la muerte de su marido, descubre unas cartas que a éste le mandó una amante de juventud y cómo ello le obliga a confrontar la realidad de su matrimonio, de su vida, y finalmente se decide a explorar la verdadera naturaleza de sus sentimientos, todo lo no dicho durante una vida, y lo escribe, se lo escribe en una larguísima carta, a su marido muerto.

Tampoco se anda Peter Stamm a la zaga cuando investiga el punto de vista masculino, como en Cuerpos extraños, donde un alpinista escritor de libros es seducido por la mujer de un viejo alpinista obsesionado con el peligro y la aventura, o en El resultado, donde nos quedamos esperando por saber si al viejo Bruno le confirmarán finalmente si tiene o no cáncer.

Claro que hay varios relatos menores, fallidos y obviables (Hijos de Dios, Videocity y, sobre todo, Hombres y niños), pero es que sólo un buen relato del mejor Peter Stamm tiene el valor del mejor oro.

El libro se cierra con el poético A los campos que acudir… el único del conjunto que utiliza la segunda persona y que retrata la vida del artista que aun en el fracaso triunfa,

y ese final del libro nos deja con la sensación de “haber ganado el juego, no importa de qué clase de juego se tratara” [8].

Y la victoria, en este mundo, como bien sabrán Vds., es una enseñanza preciosa y de lo más adaptativa, que se lo digan sino a la selección española de fútbol y a su copa de vencedores del mundial.

Háganse un favor, pues, y aprovechen estas horas muertas del verano para irse entrenando, que poco a poco, seguro se me vuelven evolutivamente más sofisticados.

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*

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[1] Denis Dutton. El instinto en el arte (Belleza, placer y evolución humana). Traducción de Carme Font Paz. Ed. Paidós. Barcelona. 1ª edición. Marzo de 2010. [pág 158]

[2], [3], [4] & [7] J. M.Coetzee. Youth. Vintage Books. London. 2003. [pág 132, 166, 59 & 155]

[5] & [6] Ludwig Hohl. Camino nocturno. Traducción de Rosa Pilar Blanco. Ed.Minúscula. Barcelona. 1ª edición. Mayo de 2010. [pág 29 & 22]

[8] Peter Stamm. Los voladores. Traducción de José Aníbal Campos. Ed. El Acantilado. Barcelona. 1ª edición. Mayo de 2010. [pág 35]

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Difusa deontología del escritor [1]

sólo en movimiento el pensamiento acontece, y funda [1]


Como así es,  que no queda remedio,

pues me doy a la modalidad del marathon; son las cinco y media de la tarde y me acabo de levantar, y debo ponerme en marcha ya.

Y mientras corro en las cosas ineludibles del arreglo,

pienso en esto de Ortega & Gasset:

«Me parece de excepcional importancia para inyectar, por fin, claridad en la estructura de la vida humana esta contraposición entre pensar en una cosa y contar con ella« [2]

Cae el agua en la ducha, la espalda mojada, gotas sobre el parqué. Encontrar la ropa. Afeitarse, hacerse el pelo, pienso, pienso, me digo: uno no piensa en el arreglo, no razona sobre ello, sino que cuenta con él. Uno cree que arreglar su vestimenta y aspecto es sencillamente lo que debe hacerse. El arreglo, el aderezo social, pues, no puede ser más que una creencia.

Ya que no lo cuestionamos, sino que lo hacemos con presteza y delectación… ¿cuál es pues la naturaleza de esta creencia?

Y además, quién nos la ha impuesto.

Y no puedo concluir más que con la idea perversa de que las creencias son los zapatos únicos que tenemos para caminar sobre las piedras filosas, los clavos y los cristales malparidos de la vida.

¿Son imprescindibles, entonces, las creencias?

Si pensamos lo que dice Unamuno, nos parecerá mucho más sencilla la respuesta:

hay muchas, muchísimas más verdades por decir que tiempo y ocasiones para decirlas [3]

Cuestión de tiempo, lugar y energía, entonces.

Las creencias revelarán necesariamente nuestras limitaciones como seres humanos.

Así de fácil: a mayor número de creencias, peor calidad del ser humano.

La idea es libre por naturaleza. Porque la idea pelea con el sujeto que la esgrime. Y se establece pues el conflicto entre ellos.

La creencia es como el traje del emperador del cuento: todos saben que va desnudo, pero todos convienen en que va vestido. Aquel que grita: «so imbéciles, ¡va desnudo!» es quien tiene la idea.

La creencia rapta al individuo, la idea lo libera.

La sobreinformación, el spam, son a las creencias actuales lo que la desnudez al traje del emperador del cuento.

El escritor debe observar como norma la idea y evitar la creencia lingüística (creencia del signo y de la pútrida semántica que lo enclaustra).

En palabras de Mario Muchnik:

«La responsabilidad del escritor: una manera de mirar el mundo de costado, de pensarlo de otro modo» [4]

La obligación del escritor es escalar las montañas de la niebla del lenguaje, con lentitud, según advertía Ludwig Hohl, sabiendo que

«siempre hay un más arriba» [5]

Porque así es: para el verdadero escritor siempre hay un más arriba.

Esa debe ser la primera norma que rija su trabajo.

[A ello debe dedicarle el tiempo de su vida y el espacio de su cuerpo]

Es tarea fundamental del escritor dejarse preñar por el lenguaje y, en la ascensión a la montaña oscura del arte, ir dejando caer las alforjas de lo banal y lo superfluo,

subir hasta la cumbre de lo esencial, orgullosamente.

No creer la idea, sino crear(la), sentir(la) y vivir(la).

– – – – – – –


Canción del día:

Apache – The Shadows


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[1] David G. Barreto. «Experiencia y pensamiento». La Comunidad Inconfesable. Nº 7. Octubre de 2009.

[2] José Ortega y Gasset. «Creer y pensar», Cap I del libro Ideas y Creencias (1940).

[3] Miguel de Unamuno. «Verdad y vida», de Mi religión y otros ensayos (1910).

[4] Mario Muchnik. «Lo peor no son los autores». Ed. El Taller de Mario Muchnik.  3ª edición. Madrid. Noviembre de 1999. [pág 79]

[5] Ludwig Hohl. «Matices y detalles». DVD Ediciones. Barcelona. Abril de 2008. [pág 55]

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