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Difusa deontología del escritor [1]

sólo en movimiento el pensamiento acontece, y funda [1]


Como así es,  que no queda remedio,

pues me doy a la modalidad del marathon; son las cinco y media de la tarde y me acabo de levantar, y debo ponerme en marcha ya.

Y mientras corro en las cosas ineludibles del arreglo,

pienso en esto de Ortega & Gasset:

«Me parece de excepcional importancia para inyectar, por fin, claridad en la estructura de la vida humana esta contraposición entre pensar en una cosa y contar con ella« [2]

Cae el agua en la ducha, la espalda mojada, gotas sobre el parqué. Encontrar la ropa. Afeitarse, hacerse el pelo, pienso, pienso, me digo: uno no piensa en el arreglo, no razona sobre ello, sino que cuenta con él. Uno cree que arreglar su vestimenta y aspecto es sencillamente lo que debe hacerse. El arreglo, el aderezo social, pues, no puede ser más que una creencia.

Ya que no lo cuestionamos, sino que lo hacemos con presteza y delectación… ¿cuál es pues la naturaleza de esta creencia?

Y además, quién nos la ha impuesto.

Y no puedo concluir más que con la idea perversa de que las creencias son los zapatos únicos que tenemos para caminar sobre las piedras filosas, los clavos y los cristales malparidos de la vida.

¿Son imprescindibles, entonces, las creencias?

Si pensamos lo que dice Unamuno, nos parecerá mucho más sencilla la respuesta:

hay muchas, muchísimas más verdades por decir que tiempo y ocasiones para decirlas [3]

Cuestión de tiempo, lugar y energía, entonces.

Las creencias revelarán necesariamente nuestras limitaciones como seres humanos.

Así de fácil: a mayor número de creencias, peor calidad del ser humano.

La idea es libre por naturaleza. Porque la idea pelea con el sujeto que la esgrime. Y se establece pues el conflicto entre ellos.

La creencia es como el traje del emperador del cuento: todos saben que va desnudo, pero todos convienen en que va vestido. Aquel que grita: «so imbéciles, ¡va desnudo!» es quien tiene la idea.

La creencia rapta al individuo, la idea lo libera.

La sobreinformación, el spam, son a las creencias actuales lo que la desnudez al traje del emperador del cuento.

El escritor debe observar como norma la idea y evitar la creencia lingüística (creencia del signo y de la pútrida semántica que lo enclaustra).

En palabras de Mario Muchnik:

«La responsabilidad del escritor: una manera de mirar el mundo de costado, de pensarlo de otro modo» [4]

La obligación del escritor es escalar las montañas de la niebla del lenguaje, con lentitud, según advertía Ludwig Hohl, sabiendo que

«siempre hay un más arriba» [5]

Porque así es: para el verdadero escritor siempre hay un más arriba.

Esa debe ser la primera norma que rija su trabajo.

[A ello debe dedicarle el tiempo de su vida y el espacio de su cuerpo]

Es tarea fundamental del escritor dejarse preñar por el lenguaje y, en la ascensión a la montaña oscura del arte, ir dejando caer las alforjas de lo banal y lo superfluo,

subir hasta la cumbre de lo esencial, orgullosamente.

No creer la idea, sino crear(la), sentir(la) y vivir(la).

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Canción del día:

Apache – The Shadows


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[1] David G. Barreto. «Experiencia y pensamiento». La Comunidad Inconfesable. Nº 7. Octubre de 2009.

[2] José Ortega y Gasset. «Creer y pensar», Cap I del libro Ideas y Creencias (1940).

[3] Miguel de Unamuno. «Verdad y vida», de Mi religión y otros ensayos (1910).

[4] Mario Muchnik. «Lo peor no son los autores». Ed. El Taller de Mario Muchnik.  3ª edición. Madrid. Noviembre de 1999. [pág 79]

[5] Ludwig Hohl. «Matices y detalles». DVD Ediciones. Barcelona. Abril de 2008. [pág 55]

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