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Lo importante es ganar

1.

Queda l´angoixa com una presència [1]

Se suele argüir esto: que la literatura es buena o mala. Y uno queda como dios, tras el golpazo del puño airado contra la superficie de la mesa.

Pero decir esto, a pesar de su apariencia elocuente, no significa decir nada.

Nada de nada.

La literatura es un continuo y eso les concierne además a los historiadores, a los académicos y, tal vez, a los profesores de instituto; al lector lo que le importa es que un libro sea una bomba.

Y no hablo de unos dolores musculares o la simple belleza de una prosa menguante o de asombro que produce un regusto chispeante en las córneas. No.

Hablo de que un libro debe dejarte absolutamente sin respiración.

Un libro, un buen libro, o te revuelve las tripas, o no vale para nada.

Y esto independientemente de que te guste más o menos su estilo o de que los temas tratados te sean afines, de interés o su irrelevancia para tu conveniencia en la vida sea mayúscula.

Lo que habría de decirse sería:

sí, es cierto, hay dos tipos de literatura, hay una literatura menor que es destacada, puede que incluso deslumbrante, bien escrita, de prosa limpia y quizá hasta agradable, bella, o incluso onerosa, pero nada preocupante para el individuo, que pasa sobre ella como el coche viaja saleroso por las autopistas o con el fastidio de la mecanicidad del trabajo, pero pasa sobre ella y ya está. Sin más.

Y luego hay otra, otro tipo de literatura, y más que de literatura, ya lo dije, habría que hablar de libros, libros que son significativos, unos libros que forzosamente han de suceder, libros que aprisionan al individuo con su discurso y que, con ello, producen el efecto de liberarlo de sus cargas.

Libros que no pueden negarse racionalmente. Y esto no porque sean verdad sino porque evidencian lo que hasta sólo unas horas antes  de leerlos apenas eran intuiciones.

Son libros (estos del segundo caso) cuyo juicio estético resulta irrelevante, porque su contenido es irreprochable.

«Lo importante es perder» pertenece al segundo grupo.

2.

Como quien hurga en un brasero apagado

Como quien remueve los carbones y recuerda [2]

Tengo en alta estima a las cosas que se alían solas para suceder conjuntamente. Es decir, la sorpresa que nos traen los movimientos de ajedrez mental que son las lecturas, la escritura y el propio vivir.

Claro que todo esto sucede siempre sin nuestra colaboración. Pero sucede. Hablo de Carlota, la novela que corrijo estos días. Un personaje trata de recuperar la infancia, con veinte años de retraso. Algo parecido le sucede a Carlos Mestres Ruiz, el protagonista de «Lo importante es perder».

En ambos casos, el motor de la búsqueda es el secreto, en vertientes dispares y con matices bien diferenciados, los personajes de ambas novelas buscan su personalidad secreta: su autenticidad.

Estaba totalmente claro que yo leería esta novela de Manuel Pérez Subirana justo ahora, nunca antes, justo después de finalizada la novela «Carlota (o El Beso)». Incluso, además, ahora se me hace totalmente evidente que el orden de lectura de las novelas de Manuel debe ser primero «Egipto» y después «Lo importante es perder». Una ilumina a la otra, pero en sentido inverso.

No como lo previó Manuel sino al contrario.

Es curioso cómo los libros tiene su propio dictamen a este respecto.

Da que pensar esto…, sobre la supuesta libertad del escritor, quiero decir.

3.

Carlos Mestres Ruiz es el protagonista de «Lo importante es perder» (cuyo nombre no nos es revelado hasta la pág 155).

Carlos

(aunque mejor sería decir el personaje «sin nombre», pues su nombre, producto de lo social, el mundo de los padres, el pasado, también el mundo relacionado con su ex-novia y su bufete, es completamente irrelevante)

busca su infancia, en un momento determinado;

se da cuenta entonces no de que sea irrecuperable sino de que carece de sustancia aplicable al presente. Porque todo lo idealizado está en otra parte.

Tal vez en madurar.

En «Egipto» se dice que la madurez es fruto de la traición.

Sobre «Lo importante…» yo diría que justamente el deshacerse de los ropajes que nos han traicionado es la madurez. O sea, quitarnos las convenciones, la mugre del discurso acusador del «hombre bueno».

Y esto porque es una idea falaz, la del «hombre bueno», porque el hombre bueno no es el que hace el bien, ni siquiera el que no hace el mal. El hombre bueno es aquel que respeta los deseos del otro siempre que eso implique la seguridad de poder hacer uso de la elección personal. Un hombre libre, diríamos.

En el fondo, esta idea es la idea clásica de la autorrealización, con una diferencia, donde en «El inmoralista» de Gide -por poner un ejemplo más o menos reciente- se habla del hombre auténtico como el que trata de romper las convenciones, de «épater la bourgeois», Pérez Subirana no ve otra opción que desestimar lo que se ha vuelto norma silenciosa.

El hombre ahora, como punto de partida tiene el fracaso, y su mera constatación sólo puede darse con la valentía. Lo que aprende Carlos Mestres es que no hay remedio, que se trata de «funeralizar» el presente. Y aceptar que lo demás son sólo ficciones.

El abogado Carlos Mestres, que renuncia al ejercicio de su profesión, a recuperar a su novia y a discurrir efímeramente por la vida, en su proceso de pérdida, gana al escritor Carlos que es quien magistralmente nos cuenta su propia historia.

Literaturizar no significa aquí convertir en ficciones una historia personal, embellecerla pues, literaturizar es olvidarse de la utopía del yo y aceptar el devenir mismo de las circunstancias, la naturaleza de la vida. Y esto con la mano firme sobre el provenir. No mediatizándolo, sino exigiéndole que suceda, que nos suceda, pero con nuestro consentimiento.

Eso es lo que aprende Carlos, el consentimiento. Porque cuando la catástrofe es consentida, no es catástrofe ya, sino decisión acertada. No fruto de la meditación, sino fruto del impulso de saberse vivo.

En el fondo, «Lo importante…» no es una novela de pérdidas sino de ganancias. Se acepta que todo son promesas que, como el amor «nunca llega(n) a cumplirse del todo» [3].

Y que, por ello, no debemos engañarnos, sino felicitarnos por seguir en el camino incierto que es nuestra existencia. Dejar hueco para la sorpresa y el rumor incesante de lo desconocido.

En suma, ser creativos.

En esta novela, la literatura le gana a la vida, pero en su propio terreno.

La escritura como esencia del porvenir.

4.

Ya suben los dos compadres

hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas
[4]

Contra la lectura general de que la novela de Subirana se hace como elogio de la renuncia, y a pesar de ser cierto que «hace gala de esa atracción que sienten los perdedores por el escenario de sus derrotas» [5],

su protagonista, el ya escritor Carlos Mestres Ruiz, no se regocija con su vida pasada, sino que la «funeraliza», y esto porque se sabe condenado a la tristeza de un tránsito incomprensible,

a esa «extrañeza de aquellos dos mundos contradictorios, en ninguno de los cuales, me decía, encontraría ya amparo ni reposo» [6]

Y no, claro que no, no se puede encontrar amparo, porque no lo hay.

Contra la idealización de la filosofía existencialista (que tiene como punto de partida la irrealización perenne del individuo), incluso contra la novela de tesis (que valida un criterio) y la novela psicológica (que concede la mayor credibilidad a la psique del individuo) y ello a pesar de que la novela participa de las tres cosas,

se podría decir que «Lo importante…» es una novela panteista, siendo la ciudad el equivalente de dios y el hombre siendo todos los hombres y, a la vez, ninguno.

5.

En un momento de la novela se dice que

«nadie encuentra su lugar si no hace nada» [7],

Subirana pervierte hábilmente esta máxima de la bonhomia post-burguesa, afirmando que sí hay sitio, que hay sitio para todos, sobre todo para el hombre libre, el hombre auténtico, aquel que se viste con solo los ropajes de su honradez.

«Toda defunción exige ciertas formalidades, incluso cuando se trata de la defunción de una forma de vida« [8],

dice Carlos Mestres.

«Lo importante es perder» es la celebración solemne de esa defunción y, al mismo tiempo, el festejo del alumbramiento de un escritor, de su final venida al mundo.

En ella la orquesta toca exactas las palabras y armoniosas, rítmicas y felices las frases se desparraman punzantes y eléctricas por 200 páginas de un deleite espectacular, con sus ritmos de gin-tonic y jazz;

sorpresas dulces que hablan de lo que es la mejor literatura contemporánea en castellano.

Y de lejos.

Con «Lo importante…» se abre esa mal llamada trilogía de la renuncia de Manuel Pérez Subirana,

cuya culminación y tercera entrega esperamos venga pronto.

La necesitamos.

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[1] Joan Margarit. «Fragilitat», de Misteriosament feliç. Edicions Proa. Barcelona. 2008.

[2] Roberto Bolaño. «Ni crudo ni cocido», de Los perros románticos. Ed. El Acantilado. Barcelona. 2006.

[3] & [5] & [6] & [7] & [8] Manuel Pérez Subirana. Lo importante es perder. Ed. Anagrama. Barcelona. 2003. [págs 107, 196, 100, 98 & 194]

[4] Federico García Lorca. «Romance sonámbulo», de Romancero Gitano (1924-1927). Clásicos Taurus. Ed. Santillana. Madrid. 1993. (Ed. de Derek Harris).

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