La tartamudez en el arte actual

1.

Me dedico ahora, en la madrugada, a leer -como acostumbro- la prensa, en concreto el suplemento Cultura/s del periódico La Vanguardia (nº 486, 12-Octubre-2011), y me llama la atención la crítica semanal de J.A. Masoliver Ródenas, quien suele ser bastante comedido en sus juicios (supongo que porque elige previamente novelas que certifiquen -de entrada- cierta calidad), y cuyas reseñas tienden a ser si no elogiosas, sí bastante positivas.

Por ello, digo, me llama la atención que al hablar del libro La noche feroz (Seix-Barral, 2011), la última novela de Ricardo Menéndez Salmón, escriba lo siguiente:

«Una novela -ninguna expresión artística- nunca se lleva a cabo inocentemente. La mayoría de los escritores tratan de que haya una distancia entre el creador y su obra. Otros, por el contrario, ponen al descubierto las estrategias narrativas de modo que el proceso de creación forme parte de la ficción. No hay razón para creer que un procedimiento sea superior a otro. Lo que es menos admisible es que sean visibles los planteamientos en novelas que apostaban por la ficción pura».

Es llamativo que J.A. Masoliver Ródenas diga esto, pues esta práctica que es menos admisible, la de que «sean visibles los planteamientos en novelas que apostaban por la ficción pura» es algo bastante extendido en la narrativa contemporánea en castellano, y que yo sepa no se han alzado muchas voces críticas al respecto.

La causa de esto, en mi opinión, podemos encontrarla en algo que -paradójicamente- escribía Lou Andreas Salomé en 1900, en su diario Rusia con Rainer (Gallo Nero, 2011).

Decía así:

«sólo sacamos provecho de ellas [las potencias de nuestra alma] cuando nos olvidamos de nosotros mismos y tomamos distancia. Es el caso del artista, que no debe acercarse a la materia sobre la que trabaja con la intención de imponerse a ella o dominarla, ya que sólo logra crear en virtud de un arrebatado acto de amor hacia ella, en el cual cobran importancia una serie de aspectos ajenos a su entendimiento» (p. 108)

En suma, que el artista se halla demasiado comprometido con lo que escribe, en el sentido de un subjetivismo extremo, y eso conlleva que su arte se vuelva tartamudo. Escritores que se han criado (y han aprendido) con el postmodernismo y ahora quieren contar historias con el resultado de que la emoción les explota en la boca, y manchan todo de una bilis casi autárquica (porque les falla la técnica y les puede la voluntad).

2.

En fin, que sigo leyendo los periódicos y encuentro que el sociólogo bufo (y español) Vicente Verdú dice que:

«En el ejercicio del relato simple en lugar de la reflexión, en la exposición del tema en vez de su penetración, en la narración de hechos sucesivos en lugar de su encadenamiento, más o menos racional, se halla la moda de hoy.» [1]

Ello me lleva a recordar unas manifestaciones del escritor español Pablo Gutiérrez donde decía que:

«Siento que todo [en la crítica literaria] gira alrededor de una especie de pasillo universitario donde los estudiantes canonizan y vilipendian cualquier cosa para demostrar su arrojo, su virilidad» [2]

Tal estado de cosas, barrunto, tendría que ver así (in)directamente con el abuso y banalización -e histeria- de la individualización radical que ha impregnado cierta narrativa de los últimos tiempos y, en su avance imparable, también la crítica literaria, convirtiéndola en una suerte de metacrítica, en el sentido de que los juicios no se engarzan, sino que se disparan al modo de una ametralladora.

Con ello, lo que se pretendía liberador, se ha acabado convirtiendo en una pescadilla que se muerde la cola y que procede de manera circular y, con tal ímpetu, que amenaza volverse entropía inservible (y devoradora).

3.

Sin embargo la tartamudez no es exclusiva de lo literario.

Podemos encontrarla también en el arte contemporáneo.

Tomemos como ejemplo el dúo israelí Gil & Moti –aquí-, que trabajan sobre la idea de la diferencia, llevando la identidad personal al paroxismo bajo el modo de la simbiosis, con narrativas poéticas de la vulnerabilidad que gravitan en un punto indiscernible entre la realidad y la fantasia («lo real maravilloso»).

Proyectos -los de Gil & Moti- que se definen por exagerar los mecanismos de una subjetividad extrema, yendo de lo mundano a lo teatral.

Desde 1994 ambos viven juntos y, de algún modo, se han mimetizado: visten igual, se comportan igual, tienen los mismos habitos alimenticios y son famosos por sus estancias en galerías de arte donde reproducen su vida cotidiana y es ésta visible al público. Su idea es la de vivir la vida como una performance y hacer de la creación artística un modo de vida.

Claro que, dada la imposibilidad de su proyecto quijotesco (el de volverse una unidad idéntica separada en dos partes), lo que queda es una suerte de sujeto siamés, cuyas manifestaciones se producen con cierto desfase y ello conduce al tartamudeo no sólo de su estética, sino también de la poética -inestable- de su discurso.

Sirva como ejemplo su -fusión imposible- llamada Wedding Project (2001) y en la que ambos se casan vestidos de igual guisa:

 – – – – – – – – – 

[1] Vicente Verdú. Todos son cuentos. El País- 13-10-2011.

[2] Pablo Gutiérrez. El adjetivo mata. 04-Octubre-2011.

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