1.
La literatura es siempre la crónica de una decadencia,
y la que a mí más me interesa: la decadencia personal,
que se manifiesta en las pérdidas sufridas, tal vez inmerecidamente,
y que son no ya tan importantes por resultar francamente irrecuperables, sino por algo de suma importancia:
por haber ayudado a forjar el caracter del escritor que las recuerda,
lejanas e inservibles.
No hablo, por supuesto, de «la decadencia del espíritu crítico» [1] sino justamente de su emancipación.
Hablo de las cenizas de la pira funeraria que sirve para insuflar de libre poeticidad el alma del escritor y da vida (o muerte) a sus escritos.
Así, dicho en otros términos:
la literatura es sentarse en uno de los sillones majestuosos del salón, tras una fiesta, lleno el suelo de confetti y colillas terrizas, y lebrillos y vasijas que asoman vacíos del jardín,
flores que se comban putrefactas o secas, y a la deriva del viento del crepúsculo algunos pétalos juegan con la luz,
y ya nadie queda, o acaso algunos invitados que se demoran en un deliberado y torpe retraso y que se besan, tal vez, en alguna esquina
(a ellos mismos o entre ellos, poco importa)
o aquellos otros fracasados que apuran la última copa violenta
(o ésta les apura sigilosamente a ellos).
Y tú, escritor, sentado majestuoso en el sillón, disfrutando de la calma, con ruidos de voces que se te quedaron en el tímpano,
los rastreros golpes de cuchillos hundidos en la carne, también; y ver cómo corre por la pantorrilla alegre la sangre.
Y sí, ese recuerdo de algo bueno, de una buena fiesta, quizá la mejor del verano, acaso la última. Y ya… la amenaza del otoño en el horizonte.
Replegarse sobre uno mismo, en posición fetal,
casi llorando de pura rabia,
y dar entonces, palabra a palabra, sílaba a sílaba, letra a letra,
la preciosista cuenta rigurosa de la derrota del mundo,
de tu mundo.
Y refutar orgullosamente a Ludwig Hohl cuando dice que:
«nunca ha nacido nada de la muerte» [2]
2.
Pero, por sobre todo, téngase en cuenta también que todo esto
-lo ya dicho con la metáfora- no son sólo quimeras verbales,
sino que así se presenta áspera la realidad.
Ayer a la mañana,
y sirva como ejemplo, cuando fuimos a celebrar el último día del mercado de libros de San Antonio.
El propio Joan Brossa quiso participar en el deleite de esa derrota otoñal:
Y la crónica visual:
3.
La noche anterior fuimos también a ver los últimos coletazos de las paradas interiores del mercado de Sant Antoni.
Aquí una crónica fotográfica del día final:
4.
Ahora mismo (lunes a la mañana), abro uno de estos libros comprados el domingo; el primer capítulo comienza así:
¿Recuerdas…? Es un hecho indudable que precisamente en el momento en que Farabeuf cruzó el umbral de la puerta, ella, sentada al fondo del pasillo agitó las tres monedas en el hueco de sus manos entrelazadas y luego las dejó caer sobre la mesa. [3]
Y es que, ya lo dijimos, toda literatura es recuerdo, afrenta a la muerte.
Delicada sinfonía del pasado.
Incluso Vargas LLosa, cuando abre su libro sobre Madame Bovary «La orgía perpetua», dice:
Un puñado de personajes literarios han marcado mi vida de manera más durable que buena parte de los seres de carne y hueso que he conocido [4]
Y todavía más, el pintor Jaume Plà, en sus diarios, une la tristeza del otoño con la fiesta de la infancia:
Hi ha una altra cosa que em porta invariablement el record de la meva primera infantesa: és l´olor de les fulles cremades a la tardor [5]
Queda dicho pues:
la literatura como la crónica fatal y laudatoria del
Fin de la fiesta.
5.
Y ello nos lleva
al corolario necesario de la afirmación que hemos venido enunciando:
la vida del escritor debe ser una constante fiesta, el festejo, sí, de la nada
(o de todo lo que hubo y es ahora simple aroma del humo,
o sombra de luz pasada).
Porque eso es lo que celebra el escritor: lo que ya no existe.
El pasado, la memoria, la grandeza, el esplendor.
El escritor se convierte en el dios de todo lo huido;
y es que ya lo decía la escolástica, que la memoria es la potencia del alma.
Por ello, justamente,
debe ser la literatura la fiesta del futuro, porque conoce todas las claves, las (re)piensa y actúa conscientemente sobre el presente.
La literatura debe ser, pues, la garante de la vida futura.
Sobre todo ahora, en estos tiempos de crisis,
cuando nadie sabe qué decir, qué hacer,
estos tiempos son los más proclives a que la literatura mande sobre ellos y se pronuncie rabiosamente:
alertando de que ya se acabó la fiesta, de que hay que (re)construir los mausoleos,
y debe hacerlo -siempre- con el sentimiento grato de quien contribuye a la mejora de todos,
«de esa oscura manera en que tú te afirmabas sobre un mundo inseguro
que te daba la espalda» [6]
La literatura, pues,
lucha(rá) contra el monstruo que maliciosa, impunemente, se nos incardina en el centro de la sociedad misma y trata de imponer(nos) fronteras insalvables.
Porque no olvidemos que ese monstruo de siete cabezas con sus siete pecados capitales, ese monstruo social, incluso la propia sociedad múltiple del yo que somos cada uno de nosotros,
le será siempre letalmente hostil a la literatura.
Héte aquí entonces la grandiosa generosidad de la literatura:
saber que predica en un obsceno desierto,
polvoriento y traidor.
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Canción del día:
Let´s have a party – Wanda Jackson
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——CONTENIDO EXTRA:——
Hubo fiesta el sábado también, en casa, a la noche, con M. y M.
Y hubo literatura y risas, y vino y fanfarria y Pepinos Ponsford y confidencias y planes y, cómo no, firma de libros, también.
Celebración del pasado, sospecha del presente, y mirada azorada e ilusionada al futuro, según les es propio a los escritores.
Yeah!
[1] Vladimir Volkoff en entrevista con Marc Vittelio. La esencial intolerancia del pensamiento políticamente correcto. Harry Magazine. Traducción de Damián Verde.
[2] Ludwig Hohl. Matices y detalles. DVD ediciones. Barcelona. 2008. [pág 63]
[3] Salvador Elizondo. Farabeuf. Ed. Montesinos. Barcelona. 1981.
[4] Mario Vargas LLosa «Una pasión no correspondida», en La orgía perpetua. Ed. Bruguera. Barcelona. 1978.
[5] Jaume Plà. De l´art i de l´artista. Dietari (1982-1991). Premi Sant Joan de literatura catalana 1995. Edicions 62. Barcelona. 1996. [pág 13]
[6] José Luis Piquero. «En una crisis».